El Papa, los
Pastores evangélicos y la FEDE
Capítulo 1
Para un adolescente con un espíritu libre, que siente, piensa y navega
con o sin viento, le era muy difícil adaptarse a las complejas formas que se le
presentaban para asumir una fe o una doctrina.
Entre los nueve y los catorce años, existió una mano en el hombro que me
hizo acercar a distintos altares. Así llegué a la Iglesia del Inmaculado
Corazón de María que estaba opuesta a la estación Constitución.
Entrando al atrio a la derecha había una puerta, una escalera te
conducía al subsuelo donde había un amplio salón, ahí se proyectaban todos los
sábados los capítulos de una serie llamada "La mano que aprieta".
Los dos primeros sábados iba directamente al salón y en medio de gritos
y risas veíamos el capítulo de la fecha. Cuando había demasiado bullicio se
paraba la proyección y se encendían las luces suspendiendo la función. Creo que
era un ardid para hacer que los capítulos se prolongaran y así tener más tiempo
para catequizarnos.
A partir del tercer sábado tuvimos un presentador con rigurosa sotana
negra que nos introdujo en los misterios de la fe. Nos relató el paso de Jesús
por la tierra, y de su muerte para la salvación de todos nosotros, es decir de
los que estábamos ya impacientes moviendo ruidosamente las sillas para ver la
película.
Al finalizar, nos repartieron la versión reducida del catecismo adaptada
para niños que debíamos leer en la semana.
El sábado siguiente antes de comenzar la función un seminarista recorría
el salón y al azar realizaba las preguntas que deberíamos saber y que casi
nadie contestaba bien.
Acto seguido se elegían a cuatro chicos que iban a ser los monaguillos
de la misa de once del día domingo. Uno de los sábados siguientes fui designado
para pasar el limosnero (2).
Previamente y antes de comenzar la misa tenía que pasar por los
confesionarios que estaban en los pasillos laterales. Me arrodillé en un
lateral de “la casita” y se abrió una pequeña ventana que a través de una
esterilla dejaba ver el perfil de un sacerdote. Dijo unas palabras en latín y
me preguntó: ¿cuál era el pecado que había cometido? Le conté que había
desobedecido a mi madre.
Circulaba entre los pibes la versión que ese pecado era el que menos
pena tenía. Sin más trámite me recetó un ave maría y tres padres nuestros, me
hizo la señal de la cruz y me dijo: ve con dios.
El sacristán me dio el limosnero con la instrucción precisa de no
retirarme y dejar extendida la bolsa el tiempo que fuera necesario hasta que
pusieran el óbolo, era una forma de poner en evidencia a los fieles que eran
tacaños.
A través del mango del limosnero percibía el movimiento de los dedos de
los fieles dentro de la bolsa. Distinguía a quienes metían la mano y no dejaban
nada y también ante mi asombro a los que la introducían y sacaban las monedas.
No recuerdo cuando dejé de sentir la mano en el hombro.
Al quinto sábado estaba en la plaza Juan de Garay, corriendo detrás de
una pelota de goma “pulpo” que no me planteaba más dilemas que el de adivinarle
el pique bajo la atenta mirada “del indio montado en su caballo blanco”. (1)
(1); La figura de Ayerza totalmente de mármol blanco, muestra al caballo
parado en sus dos patas y al nativo desprovisto de vestimentas en posición de
ataque. Su brazo derecho sostiene una lanza tacuara, tal vez expresando su
lucha contra el colonizado
(2) (bolsa de terciopelo bordó oscuro con un mango de unos 50 cm.)
Capítulo 2
El templo Evangelista de la Calle Brasil al 1700 proponía otra forma de
“sacar a los chicos de la calle”, ¡una pelota de cuero! Nos reuníamos en la
parte posterior del templo donde había un “fondo” con piso de tierra.
Los arcos eran dos buzos, que eran las bases de los postes, después era
todo imaginación, la proyección de los mismos y la del travesaño que los unía,
la discusión sobre la validez de los goles era inacabable.
Diez o doce chicos potreábamos durante media hora, era el tiempo que el
Pastor nos concedía y que cronometraba con obsesiva exactitud.
Luego después de diez minutos de descanso pasábamos al templo que
contrariamente a la iglesia de Constitución no tenía imágenes, sólo una gran
cruz de madera. No estaban María, José, el niño Jesús y todos los santos.
El Pastor nos hablaba leyendo un libro, que después supimos que era “La
Biblia”. Tengo recuerdos borrosos de sus palabras, es evidente que no tuvieron
la fuerza para mover la roca de mi inocencia.
Luego volvíamos a la canchita donde había tres jarras con “refrescola”
hecha con agua bien fría y dos platos con galletitas “criollitas” que comíamos
sin ningún protocolo.
Nos íbamos con el compromiso de volver la semana siguiente. La gran
diferencia con la otra iglesia era que no teníamos que estudiar durante la
semana.
Cumplimos la promesa por varios sábados, la pelota de cuero era un
talismán que nos atraía con inusitada fuerza, era la fe.
Un campeonato organizado por el ex “Hindu club” nos alejó de La Biblia y
de la pelota de cuero.
Una vez más la mano invisible descendió de mi hombro y me dejó libre
para que el viento me remontara a otros paraísos.
Capítulo 3
Fui al Colegio Comercial Joaquín V, González, que está en la Avenida
Montes de Oca y Australia en el barrio de Barracas. Primero y segundo año en el
turno tarde y tercer año en el turno noche ya que había empezado a trabajar de
cadete en una empresa alimenticia.
Era un alumno con notas promedio que fluctuaron entre cinco y siete, con
lo cual me llevé a diciembre tres materias promedio en esos dos años.
En segundo año conocí a un compañero que era un “bocho” en dos materias
que para mí eran el terror, inglés y matemáticas. Por casualidad o causalidad nos
sentamos el primer día de clases en el mismo banco.
Hacía mitad de año habíamos entablado una relativa amistad, no éramos
amigos, éramos buenos compañeros. Un día me empezó a llamar camarada, al
principio no le di importancia, pero al repetírmelo constantemente hizo que le empezara
a prestar atención a la palabra,
Una tarde nos hicimos la rata y fuimos caminando hasta el Parque Lezama,
la palabra camarada me daba vueltas y le pregunté el motivo por el cual me
decía así, me miró sorprendido y me dijo: ¿Cómo no sabes? No, no sé porque
carajo me decís camarada le dije bastante caliente.
Me contó que militaba en la FEDE, en la “qué”, dije con asombro. En la
FEDE, la Federación Juvenil Comunista, me dijo y agregó, ahí cuando nos
reunimos nos llamamos camaradas.
Esa tarde no paró de hablar. “El hombre nuevo”, “Carl Marx”, “Engels”
“EL Capital”, “La revolución rusa”, “Lenin” “La dictadura del proletariado”. Lo
miraba hipnotizado, no entendía nada, como no había entendido al Pastor cuando
leía la Biblia.
Me invitó para que fuera como oyente a una reunión de jóvenes en la sede
del Partido Comunista que estaba en la calle Entre Ríos al 1000. Quedamos en
encontrarnos el sábado siguiente en la esquina de San Juan y Entre Ríos en la
vereda del Banco Nación a las tres de la tarde.
Era una tarde de primavera sin sol, caminamos una cuadra y media y
llegamos a la sede del partido comunista, franqueamos la gran puerta de madera
y subimos una larga escalera de mármol, desembocamos en un salón adornado con
importantes bibliotecas de madera colmadas de libros y de ahí nos dirigimos a
un saloncito donde ya había varios jóvenes dialogando en vos alta.
Sentí frío, no había nada de lo conocido: película, cruces, santos,
pelota de cuero.
Hola camarada, hola camarada, respondían a coro, Me presentó señalándome
con su mano derecha y dijo: el camarada “Beto”, tal cual habíamos acordado
previamente con “Quique” ya que todos usaban un apodo.
Fue un tiempo interminable, palabras sobre palabras que construían
interminables e incomprensibles discursos, finalmente terminó la reunión. Nos
despedimos de los camaradas hasta la próxima, que iba a ser en quince días.
Baje la escalera con indisimulable alegría. Quique me preguntó; ¿Qué te
pareció la reunión? Sólo atiné a dibujar una media sonrisa y a levantar ambos
hombros a la vez.
Esta vez todo se precipitó, no hubo un segundo sábado. Una madrugada de
la semana siguiente hubo un atentado, una bomba destrozó la enorme puerta de entrada
de la sede.
“Quique” me dijo que por razones de seguridad las reuniones se iban a
hacer en otro lugar, posiblemente en un club de barrio en Villa Crespo, el
viernes me iba a dar la dirección exacta. No fui a la reunión y ahí terminó la
relación con el camarada “Quique”.
El camarada “Beto” se fue desdibujando lentamente por las calles de
barracas. La mano en el hombro también se desvaneció y dejé de sentir frío, un
tibio calor invadió mis manos.
Humberto Manuel Botana
cuarentena - 2020
No hay comentarios.:
Publicar un comentario