Sigilosamente levanté a mi sombra,
la acuné entre los brazos y
sentí,
Un caramelo oxidado,
zapatillas sin cordones,
agujeros rodeados de
llantos,
dos pequeñas manos
implorando.
Suavemente la apoyé sobre el empedrado,
seguí caminando con los
hombros encorvados.
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